S. Freud inventó el psicoanálisis
gracias a la escucha de sus pacientes dando lugar a un saber psicoanalítico
transmisible, revelando a partir de los trastornos corporales de la histeria, no
solo su causa psíquica inconsciente sino también cómo lo inconsciente busca el
goce, es decir, el síntoma corporal es la escritura de un goce.
J. Lacan definió la entrada del ser humano en el lenguaje como el primer trauma
del sujeto. Es traumático nuestro encuentro con un lenguaje que nos preexiste, con
el lenguaje del Otro, que vehicula su demanda y su deseo. El cuerpo al nacer se
inviste de una significación fálica al venir a equivalerse a la falta del
Otro, debido precisamente al deseo del
Otro materno, un deseo que lo determina y lo aliena. Esta significación que
carga pulsionalmente el cuerpo, será expulsada afuera, al exterior, por la
represión originaria, primer acto de un sujeto que se hace existir gracias a negarse
y resistirse a ser objetivado, engullido y anonadado por el deseo del Otro.
La objetivación corresponde a estar
en una posición pasiva, la de “ser…”, como ser gozado, ser hablado, ser
cosificado, es la alienación del sujeto. La consecuencia de esta represión es
la pérdida definitiva del cuerpo real al que no nos será posible acceder, es
decir la pérdida y el corte o separación de algo de uno mismo, pero también ganamos existir como sujetos
aunque al precio de ser un sujeto dividido. La mitad de nosotros mismos, el
cuerpo pulsional, o sea la pulsión, expulsada afuera pulsionará constantemente
la vida psíquica pues lo que fue expulsado al exterior nos retornada siempre
investido pulsionalmente.
La pulsión está articulada a la
demanda del Otro, y la demanda materna concierne al cuerpo del niño pues el
lugar al que esta demanda llama al cuerpo es el de lo que convendría ser para
satisfacer el goce materno. Las pulsiones pues están al servicio de dar al Otro
lo que le falta y evitar así la angustia de su castración.
El deseo del sujeto resulta de su
propia división, por decir no o por contrariar el deseo del Otro, operación
necesaria para hacerse existir como sujeto de su propio deseo. La dinámica
del deseo del ser hablante es la
repetición, que no debemos entender como la repetición de un mismo
acontecimiento, sino que se trata de intentar revivir de una manera activa el
traumatismo subjetivo que uno ha vivido de manera pasiva. En realidad uno
intenta juntarse con su propio doble ideal, reunir ambas partes de la división,
cosa imposible pues el sujeto no puede estar en ambas partes al mismo tiempo.
Podemos pensar el deseo como un intento de rencontrarse a sí mismo, bien con la
palabra o bien con el partenaire en el deseo sexual. Cuando hablamos buscamos
reencontrarnos y en la cura analítica nos reencontramos en nuestro propio
decir.