lunes, 13 de febrero de 2012

GRUPO DE ESTUDIO Y LECTURA

SEMINARIO "LA TRANSFERENCIA" de J. LACAN


CAP: X
AGALMA   

Alcibíades al entrar se coloca entre Agatón y Sócrates, y al mismo tiempo dice que no es del amor de lo que se va a tratar sino del otro, del que tienes al lado, eso si es tratándose de amor, amor en acto. Poner en escena al otro implica que no hay sólo uno sino dos otros, luego son tres. Es lo que hace notar la intervención de Sócrates después de la confesión pública que le dirige Alcibíades, en parte declaración de amor y en parte difamación, “no es para mí que has hablado sino para Agatón”.

Lacan nos señala que ahora ya no estamos más en la relación dual del discurso de Diotima, donde lo que procede es la identificación al soberano bien, a la perfección de la obra del amor, del registro de lo imaginario y de su captura narcisista pasamos al de la triplicidad, al de lo simbólico.

Alcibíades dice que va a desenmascarar a Sócrates, del que ha esperado un signo de su deseo hacia él. En el inicio de su elogio lo compara a un sileno, especie de sátiro, a modo de embalaje con esa forma, como cofre de joyas que servía para ofrecer regalos. Lo importante es lo que hay en su interior, objeto precioso es la agalma.
Habla Alcibíades con el lenguaje de la pasión cuando dice haber visto lo que hay en el interior de Sócrates, los agalmata, y que te encantan y te hacen caer bajo su pedido. Es lo que Lacan planteó con la pregunta del sujeto al Otro, ¿Qué quieres?

Lacan cuenta su primer encuentro con el término agalma, hacia el momento en que introduce la función del falo en la articulación de la demanda y el deseo. En el poema donde encuentra el agalma, está el tema del parto y del árbol especie de cosa mágica erigida como un objeto de referencia, la referencia al falo, en esta equivalencia falo niño, y señala el fetiche o la fetichización del falo en un objeto, por lo tanto la función fetiche del objeto.
Más allá de la etimología que lleva no sobre un significante sino sobre una significación central, Lacan trae los lugares donde aparece el término agalma, apareciendo como ese objeto único, brillante, que atrapa la atención divina, como el valor mágico de los objetos llamados exvotos,  así los hermosos pechos  de la heroína citada, es decir lo que denominamos como el objeto parcial, cuyo hallazgo no debemos borrar como pivote, clave del deseo humano. Incluso en el caso del otro del amor, este otro en tanto que objeto de deseo es quizá la adición de objetos parciales y no un objeto total. Es el engaño de la genitalidad, gracias a la cual creemos amar al otro por sí mismo, especie de idealidad a culminar.
En este sentido nos habla Lacan de la oblatividad, del ofrecer al otro, bajo esta idea el otro debe ser para nosotros un sujeto, no un objeto de fruición, de goce, porque sino será un objeto como los otros, cambiado, rechazado, devaluado, de lo que será calificado como el verdadero amor.
La ironía de Lacan cuando plantea que si es deplorable que el amado sea un objeto acaso es mejor que sea un sujeto, pues si un objeto vale lo que otro, en el caso del sujeto es peor pues no es que valga lo que otro sujeto, sino que un sujeto es estrictamente otro.
Un sujeto es aquel que como nosotros está marcado por la división determinada por su sumisión al lenguaje.
En el sujeto hay una parte donde ello habla por si solo, eso en lo que se mantiene suspendido, pero se trata de saber cuál es, en la relación de amor, la función del hecho que el sujeto con el que mantenemos el lazo amoroso es también el objeto de nuestro deseo. Obviar esto que en el amor es el amarre, su centro de gravedad, su punto de enganche, no deja de ser escamotear la cuestión.
Es allí donde apunta el deseo, su diana, lo que hace que se acentúe un objeto entre todos de no tener parangón con los otros. Esta acentuación del objeto es la función del objeto parcial. La agalma es el objeto de deseo escondido dentro del objeto de nuestra pasión.
El objeto de deseo juega un rol formalizado en el fantasma. Es siempre un objeto parcial.
Lacan que ha señalado el juego de identificaciones, al Ideal del Yo (aquel a quien pedimos algo en el llamado de amor), al yo ideal (aquel a quien nos dirigimos como el objeto de nuestro amor9 Al yo deseante (aquel otro a quien b nos identificamos a través del objeto que es también objeto de deseo del otro), nos va a dejar planteado cómo situar la función del objeto en esta articulación, es decir en la topología triple del sujeto,  pequeño otro y gran Otro, cosa que emprenderá en el próximo capítulo.

GRUPO DE ESTUDIO Y LECTURA

SEMINARIO "LA TRANSFERENCIA" de J. LACAN


CAP: IX
SALIDA DEL ULTRAMUNDO

Estamos en el discurso de Diotima, Sócrates deja hablar a la mujer que hay en él, cuyo punto de partida es la falta: ¿de qué carece el que ama?
Aunque su discurso parecería llevarnos a la dialéctica de los bienes, a su posesión para gozar de ellos, en cambio se produce un cierto giro, tomando la cuestión de lo bello y de lo mortal, ligada a la generación y procreación. Lacan dice que todo el discurso articula la función de la belleza como siendo del orden de una ilusión, por la cual el ser perecedero, mortal y frágil es sostenido en su búsqueda de lo perenne y eterno, que es su aspiración esencial.
En el ser mortal constantemente se renueva y pierde o destruye o mueren otras partes de él mismo, es la manera en que se conserva lo mortal, no por ser lo mismo sino porque lo que se pierde y está envejecido deja su lugar a otra cosa nueva, aquí vuelve la cuestión del seminario anterior sobre la ética, lo bello como guía del sujeto en su relación a la muerte, “si hay dos deseos en el hombre, que le capturan, uno en relación a la eternidad y otro a la generación, con la corrupción y la destrucción que comporta, es el deseo de muerte en tanto que inabordable y que lo bello está destinado a velar”.
Es lo ambiguo de la tragedia, aproximación del deseo de muerte que como tal se esconde detrás de la evocación de la calamidad fundamental alrededor de la cual se juega el destino del héroe trágico, momento en que aparece toda la belleza de lo trágico.

Lacan nos muestra lo escamoteado en el discurso de Diotima, lo bello que inicialmente es lo encontrado y definido en el camino del ser, deviene el fin de lo buscado, mientras que el otro, el objeto, primero presentado como el soporte de lo bello, deviene transición hacia lo bello. Y nos señala que la función dialéctica del amor en Diotima viene a ser como la función metonímica en el deseo, es decir el deseo siempre deseo de otra cosa.

Qué ha sido de lo que se presentaba como fin de la posesión, en este ir del amante hacia lo amado, hacia todo lo que es digno de ser amado. La diana está no en el tener sino en el ser, en una identificación última del sujeto a lo amable supremo, es decir más él ama más está en posición de amarse en esa identificación al yo ideal. Más él desea, más deviene él mismo deseable.

De la misma manera que Diotima sitúa eros en posición intermedia, entre los Inmortales y los mortales, también su discurso sobre el amor está entre la episteme y la amathia, la ignorancia, es decir en la Doxa, como opinión verdadera aunque uno no sepa en qué es verdadera. En el texto griego viene señalada como dar la fórmula sin tenerla, lo que equivale a lo que lacan dice del amor, dar lo que no se tiene.
Lo importante a señalar es “él no sabía”,  1) tanto en que Sócrates sabiendo que se retira de ese lugar pues no puede hablar del amor más que quedándose en el lugar de él no sabía,  no puede hablar él mismo de lo que sabe y debe hacer hablar a otro que habla sin saber, 2) como en el discurso de Agatón que ante la interpelación acaba afirmando que no sabía lo que quería decir, 3) así como en el mito del nacimiento del amor, la que carece es la posición femenina que es deseante, el que tiene es la posición masculina y él no sabe, duerme. Si no hay metáfora, sustitución de la posición de amado por la de amante es porque no hay posición de amado, pues estamos justamente en el tiempo lógico de antes del nacimiento del amor. Lacan recuerda el poema de V. Hugo sobre Booz y su semilla, del que se sirvió para ilustrar la metáfora del complejo de la paternidad.

El final del capítulo nos esboza el clima de escándalo, de lo no armónico del amor, para amar hacen falta tres, con la entrada de Alcibíades del que Sócrates pide que se le proteja pues es alguien que no le permite mirar a ningún otro. Con ello viene ahora la función del objeto, del objeto a del fantasma que como dice Lacan un objeto que repugna incluso de mostrarlo, el malestar de Alcibíades en su confesión pública lo plantea.