El Deseo

Se trata de interrogarse sobre la función del deseo.
¿Qué es el deseo?
Lacan en su seminario sobre el deseo y su interpretación, inicia una respuesta ligando el deseo al hecho de ser "seres que hablamos", y porque estamos tomados en el lenguaje es que estamos marcados por un símbolo que nos divide, el símbolo de la falta.
Es en la dialéctica del sujeto dividido, quien marcado por la falta busca el objeto que pueda colmarla, donde se va a establecer esa relación del sujeto al "objeto a", objeto configurado en el mismo tiempo de constitución del sujeto en su división, el sujeto sólo lo es dividido, y por eso el objeto es causa del deseo. 
Y esta relación es lo que llamamos el fantasma o mejor poner el plural, fantasmas, pues se trata de un complejo fantasmático y edípico. El deseo entonces tomado en este complejo se metamorfosea en deseo erotizado y sexualizado. 

Sin embargo el deseo precede al complejo fantasmático del Edipo ya que su origen corresponde al momento inaugural de la existencia de un sujeto, acto de constitución marcado por esa división subjetiva, por eso todos nosotros somos en origen sujetos esquizoides, lo que quiere decir que no hay significante de esta división.
Al hablar del “dolor de existir”, estamos hablando de este advenimiento doloroso y estructural de un sujeto dividido, momento del trauma originario de toda existencia y por ello es que el deseo se inicia al mismo tiempo que la existencia del sujeto.
Para hacernos existir como sujetos debemos rechazar una primera identificación a la que somos convocados, la de ser eso que el Otro espera, identificación al objeto de deseo del Otro, ese lugar donde algo  falta y donde somos esperados.
¿Por qué debemos rechazar esta primera identificación? Porque es aniquiladora, ya que identificarse a algo que falta, que no existe, equivale a ser nada. 
Luego para hacernos existir es que debemos reprimir eso que nos hace objeto, que nos objetiva. Nos estamos refiriendo a la represión originaria, que opera sobre el cuerpo en su significación fálica, identificado en ese lugar del deseo de la madre, investido como falo.

Esta investidura fálica del cuerpo en su totalidad, se escribe gracias a las pulsiones, pues cada vez que la madre colma las necesidades del niño, apuntala como decía S. Freud la pulsión parcial, y es así que lo que colma la necesidad es lo que identifica el cuerpo al símbolo del falo. La pulsión va a empujar siempre hacia una Unidad, la del Uno del falo, por eso es que dicha represión es constantemente reeditada. Esta Unidad es la del Ser, y justamente es la contraposición de la división subjetiva.

¿Qué implica la represión, el reprimir para existir, para salir del lugar de objetivación, somos deseados, pensados, hablados, gozados, y entrar en la subjetivación? Implica una separación radical, separación del sujeto de su propio cuerpo tomado por la madre, no se trata de la separación de la madre, sino de la separación y pérdida de eso que la madre hubiera querido que fuéramos, de ese sí mismo que hubiera uno podido ser. 
Ese objeto “pequeño a” perdido y que desearemos reencontrar, este es el primer movimiento del deseo. Este duelo original supone el primer trauma, el advenimiento de un sujeto dividido a su existencia es traumático, y el deseo mueve a buscar reencontrarse con ese yo ideal perdido, con esa parte de sí mismo gozosa, es una manera activa de superar lo traumático. 

La propia existencia no sólo está marcada por un vacío de objeto sino que además no tiene causa, sin embargo sí es causa del deseo. Pero justamente esto es lo que caracteriza al deseo, su vacuidad, un vacío que precede siempre a cualquier elección de objeto.
Esto mismo explica la cuestión del deseo siempre velado en su causa, algo que se mantiene en una perpetua ignorancia, misterioso.
Si el deseo de muerte cobra todo su sentido como deseo de no despertarse, yo lo interpretaría como no despertarse al mensaje más secreto, de no despertarse o de no volver al exilio primero, donde sólo hay el vacío de causa, por eso la invención de un padre protege, pues encontrar una causa siempre alivia, así inventamos "un padre causa de…" Lo angustiante es una existencia sin razón, sin causa, así que él va a ser la causa.

Para que haya un sujeto ha de haber separación de un sí mismo, y luego habrá un sujeto que se angustia, y la manera activa de superar esto es gracias al deseo que nos mueve a reencontrar esa parte de nosotros mismos perdida, por ejemplo soñando, recreando aquellas sensaciones o imágenes memorizadas en el momento del trauma y que lo representan.  Es la manera en que el sujeto intenta alcanzarse a sí mismo, en la estela del deseo en su búsqueda del objeto, siempre un objeto imposible, y siempre en este después donde no son las cosas mismas sino sus representaciones las que permiten una realización alucinada del deseo, como en el sueño.

 
El problema es la subjetivación del deseo, es decir si el deseo mueve de lo pasivo a lo activo, en un intento constante de reencontrarse para así eliminar la división del sujeto, este sujeto que quiere alcanzarse a sí mismo, se pierde, afánisis del sujeto mismo en cuanto al deseo, abolición del sujeto en el deseo, especie de despersonalización en el deseo
Cita Pommier de su libro “¿Qué quiere decir “hacer” el amor?”, dice de esta abolición que es como una primera clase de conocimiento sobre la muerte, cito, “esta fuerza inexorable es el destino, potencia que no es ni del antes ni del después, sino perpetuamente en el medio. Antes, es el lugar en el que el sujeto es esperado, pero del cual se exila. Después, es la realización alucinatoria del deseo, gracias a la cual busca reencontrarse. En el entre-dos, es necesario atravesar ese lugar de abolición de sí mismo de un deseo siempre ya naciente.”  

Sólo un apunte ahora, para finalizar, la cuestión del deseo en ese otro momento del sujeto prendido en el complejo fantasmático, que dejaremos para un próximo texto.
El deseo por su entrada en la actividad del fantasma, actividad puesta en marcha por ese agente que es el padre, renace sexualizado, deseo sexual, que ya no será tanto deseo de otra cosa, de un más allá, sino más bien deseo de eso que no debería, de lo prohibido. El complejo fantasmático, va a sexualizar el deseo y dar al sujeto un género, masculino o femenino.
La elección de género, masculino o femenino, se realiza sobre lo que Freud ya planteó y nunca dejó caer, una bisexualidad, en potencia, del sujeto. Y esta elección es lo que orientará el deseo, deseo del otro sexo, ese en el que no se reconoce, siendo el falo el único símbolo del erotismo.