miércoles, 19 de octubre de 2022

 

                        Poema de un encuentro siempre por renovar


                        Viniste de la mano de otro,

          pincelada apenas esbozada,

          porque el llamado de alguien

          interrumpió lo que todavía

          era nada.

 

         Fuiste primero palabra

         en el decir de otro ser,

         de ella, la que de ti hablaba,

         la palabra coloreada

         apenas nada.

 

         Tú, que te fuiste haciendo

         con trazos quebrados,

         dejaste mis ojos ciegos

         por la luminosidad

         de tu nada.

 

         Rojo vino libaste en mi cerebro

         dibujando un atajo

         de la idea cromada, pigmentada

         al aroma de un pensamiento

         que piensa nada.

 

         Háblame con el silencio

         a través de la nada que somos

         y no la llenemos,

         ni siquiera con palabras,

         ni con la voz descarnada

         de las imágenes pintadas,

         ni con la mirada imaginada

         en la reverberación plateada

         de unas lágrimas estancadas.

         No la llenemos, no,

         Con NADA.

       

     Rosa Navarro 2005

   

martes, 18 de octubre de 2022

                   


                                

Ella viene – viene y se va –

Ella soy yo

 

Una

Sombra dorada de cuerpo lejano

 

Dos

Silencios blancos de dudas calladas

 

Tres

Culpas nevadas de fantasmas cotidianos

 

Ella

Que ama mis noches ausentes

Desea respirar tiempos de llanto

Tiempo de penas, que duerme quieto

Y despierta con la presencia

 

Yo

Odio tu calidez trepadora

Esa sonrisa invitadora

De mundos suaves

De rosadas lejanías

 

Ella viene  -- viene y se va --

 

Ella soy yo – imán de deseos --

 

 Rosa Navarro 


 

miércoles, 23 de junio de 2021

CUERPO Y PALABRA

 


                          

CUERPO Y PALABRA

                    


                                                                    

Si de un espacio infinito el cuerpo desciende pasivo

¿Puede sostenerse el ser en la conjugación del verbo?

 

Si el ser flota informe en la cadencia del sonido

¿Puede coagularse el ánima en el verbo originario?

 

Volar sin gravedad en la rima de tu verso

Dando solidez al soplo de una vida

 

Hacerse existir en la sintaxis de las frases

Trasvase de goce al cuerpo de una gramática

 

 

sábado, 11 de abril de 2020

REFLEXIONES en confinamiento


Reflexiones en torno a lo humano y la humanidad.
La pandemia, portadora de la tremenda idea de su extensión apenas sin límite, a todos los países y haciendo de ellos una especie de uniformidad, ¿nos humaniza o nos deshumaniza? Recordé entonces a Annah Arendt y su reflexión de la declaración de los derechos del hombre (1879) resaltando sus paradojas.
Un elemento que ella recogía para esta reflexión era la situación existencial límite de los refugiados y apátridas de entre la primera y segunda guerras mundiales, una población desplazada, ella había vivido esa misma experiencia, una categoría de personas que no entran en el sistema del Estado Nacional. Así encuentra que, aunque los derechos del hombre, en principio, deberían ser independientes de toda estructura política, en el tercer punto de la declaración dice que la soberanía reside en la Nación, añadiendo que ningún individuo puede ejercer autoridad alguna que no emane de ella.  Es decir, has de ser un ciudadano que reconoce esa soberanía para tener los derechos apuntados en el punto 2, libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión, por tanto, la soberanía del hombre en esos derechos no es real, algo que se evidencia en el caso de los desplazados, apátridas, carentes de nacionalidad, privados de sus derechos que su humanidad les confería, y por eso mismo excluidos de su humanidad misma. Un hombre que es solo un hombre ha perdido la cualidad que les permite a los otros de tratarle como su semejante. Y en este sentido es una deshumanización.
Y en este punto asocié a Levinas y su cuestión del rostro como el lugar de la ética, una manera de pensar la relación al otro. El rostro distinguido más allá de la anatomía y del vector expresivo, no la cara, es un rostro que me interroga, me desplaza, me perturba. Esto mismo es  una llamada que no había previsto, el otro se me aparece en su desnudez, su fragilidad y su mortalidad. Por eso en ese rostro reconozco mi propia fragilidad, desnudez y mortalidad, es decir, reconozco mi humanidad, que hace del rostro no una identidad sino una alteridad única, ese rostro me hace humano, es el lugar de la humanidad. Y en este sentido es una humanización.
Quien acude a un análisis sale de su nación y llega como un desplazado, solo como un hombre, su rostro es una llamada apareciendo en su desnudez, fragilidad y mortalidad, el analista reconoce en ese rostro eso que le acompaña por haber estado en ese mismo lugar, que no hace a la identidad sino a la propia y única alteridad. Podría decirse que el espacio psicoanalítico es un lugar de humanidad, uno es reconocido al reconocerse, en este sentido es una humanización.



miércoles, 30 de octubre de 2019

CONGRESO FEP en PALERMO SEXO Y POLÍTICA



    


MESA EN LA QUE PRESENTÉ: 
DE LA LÓGICA A LA POLÍTICA, DE LA ENDOGAMIA A LA EXOGAMIA.




martes, 8 de enero de 2019


FEDERICO GARCÍA LORCA

FRAGMENTOS de Teoría y Juego del Duende

Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. Sonidos negros dijo el hombre popular de España y coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: "Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica".

Así, pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. (…)  "El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies". Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.

El duende de que hablo, oscuro y estremecido, es descendiente de aquel alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal que lo arañó indignado el día en que tomó la cicuta, y del otro melancólico demonillo de Descartes, pequeño como almendra verde, que, harto de círculos y líneas, salió por los canales para oír cantar a los marineros borrachos.

Todo hombre, todo artista llamará Nietzsche, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con un duende, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su musa. Es preciso hacer esa distinción fundamental para la raíz de la obra.

El ángel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia, y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra o su simpatía o su danza.

La musa dicta, y, en algunas ocasiones, sopla. Puede relativamente poco, porque ya está lejana y tan cansada (yo la he visto dos veces), que tuve que ponerle medio corazón de mármol. Los poetas de musa oyen voces y no saben dónde, pero son de la musa que los alienta y a veces se los merienda.

Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas (Hesíodo aprendió de ellas). Pan de oro o pliegue de túnicas, el poeta recibe normas en su bosquecillo de laureles. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre.
L
a verdadera lucha es con el duende.

Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que hace que Goya, maestro en los grises, en los platas y en los rosas de la mejor pintura inglesa, pinte con las rodillas y los puños con horribles negros de betún.

Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende.

Entonces La Niña de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, (…)

La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni.

España está en todos tiempos movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte.

En cambio, el duende no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo.

Con idea, con sonido o con gesto, el duende gusta de los bordes del pozo en franca lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere, y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre.

La virtud mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con agua oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil amar, comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.

Hemos dicho que el duende ama el borde, la herida, y se acerca a los sitios donde las formas se funden en un anhelo superior a sus expresiones visibles.
El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca.

España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarines a la llegada de las primaveras, y su arte está siempre regido por un duende agudo que le ha dado su diferencia y su calidad de invención.

Señoras y señores: He levantado tres arcos y con mano torpe he puesto en ellos a la musa, al ángel y al duende.

El duende... ¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.
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