jueves, 7 de marzo de 2013

CAP. XIX SEMINARIO LA TRANSFERENCIA de LACAN

Cap. XIX 
EL NO DE SYGNE

Entramos en el comentario sobre la trilogía de los Coûfontaine de Paul Claudel.

Y lo toma en cuanto sigue trabajando el deseo y la posición del analista en la transferencia a partir del deseo de analista. Que la transferencia arranca de una suposición necesaria, algo preciado que responderá de la parcialidad de lo que se sabe, y que esto es así porque el deseo nunca se presenta a cara descubierta. Lo que muestra la experiencia analítica es que el hombre está marcado por el síntoma que es lo que le liga a sus deseos. Dentro del desconocimiento fundamental el analista debería detentar el punto de parada del ¿Qué quiere?, que es donde se apuntala el límite del conocimiento de sí mismo. Ni el saber ni el ideal hacen a la posición del analista.

No debemos perder de vista que el deseo del sujeto es el deseo del Otro con mayúscula, es el lugar del deseo que implica esta alienación fundadora por su relación al lenguaje. El deseo del Otro es un genitivo subjetivo y objetivo, el deseo en el lugar donde está el Otro y el deseo de alguna alteridad, el otro del deseo. Y en la posición de analista representamos por un tiempo, para lo que desea ese otro que viene, no el objeto que apunta el deseo sino el significante del deseo, que tengamos el lugar vacío donde es llamado el significante Falo, significarlo no encarnarlo, aunque es a ese lugar que somos llamados a ser la presencia real, en cuanto que es inconsciente. Somos ahí en cuanto que ello, lo que se calla en lo que falta en ser, somos el propio sujeto en donde se desvanece, donde es sujeto barrado. Es decir el psicoanalista puede ocupar el lugar en el que el paciente como sujeto se borra y se subordina a todos los significantes de su demanda. Es algo que se produce a nivel del fantasma.
En el fantasma el sujeto se desvanece ante ese objeto privilegiado, y es una degradación imaginaria del Otro con mayúscula en ese punto de desvanecimiento. El psicoanalista en último término debe ser el sujeto barrado, es decir quien pueda ver el a minúscula, aquel que puede ver el objeto de deseo del Otro.

Del drama del deseo humano a través de la trilogía de Paul Claudel.
 

lunes, 4 de marzo de 2013

ENCUENTROS CON.....

Este 16 de marzo podemos encontrar a Pierre Bruno, Psicoanalista que vive y trabaja en Paris. Miembro fundador de la Asociación de Psicoanálisis Jacques Lacan (APJL). Ha enseñado en la Universidad de Toulouse y en Paris VIII. Ha dirigido las revistas: Poésie, politique, psychanalyse (1993-2000) y Psychanalyse (2003-09). De sus numerosas publicaciones señalamos: Antonine Artaud-Poésie et réalité, Cours et décours d'une psychanalyse, (el día 15 de marzo 2013 por la tarde, presenta en la Universidad de Barcelona, su libro "Lacan, pasador de Marx. La Invención del síntoma" editado en castellano por P&S, se enviará invitación), en la actividad de Umbral en Barcelona, estos son sus datos:

 Coordinación de este ENCUENTRO CON: G. Baravalle y L. Kait 

Lugar: Pati Llimona c/ Regomir 3- Barcelona   

Día: sábado 16 de marzo 2013, 10.15 hs.

Entrada libre. Para más información 93-417-79-92 685 500 556

 

Fragmentos de su libro "Lacan, pasador de Marx, la invención del síntoma"

Si el síntoma es una cuestión decisiva, no es solamente porque aproxima y separa a Marx y Freud, según Lacan, sino también porque es un concepto que aproxima y separa a los psicoanalistas. Mantengo que el síntoma es un marcador originario de la no- relación-sexual, este fallo constituyente de la sexualidad, que le confiere su color de libido, mientras que otros psicoanalistas, contaminados todavia, a mi parecer, por una concepción psiquiátrica, es decir una concepción que da prevalecia al discurso del amo sobre el discurso del analista, ven ahí un enmascaramiento de esta inexistencia de la no-relación. El niño al nacer es ya hablado y es sobre este asiento hablador que él es promovido a la existencia y contradictoriamente anulado como cosa, del mismo modo que una palabra se supone que remplaza lo que designa. El síntoma emerge, inauguralmente, para manifestar la irreductibilidad de esta "cosa" traída a la existencia. No quiero ser gozado por el Otro quiere decir no quiero ser reducido a no ser más que eso que soy en la palabra del Otro. Antes mismo del estadio del espejo que le confiere su estatuto imaginario, el yo (je) se define en una alteridad, a aquel del que el Otro habla - es el síntoma que tomará, por ejemplo,la forma de un rechazo precoz a la leche materna.

Por otra parte, segundo debate entre pasicoanalistas: algunos toman el Nombre-del-padre como un caso particular del síntoma (...), otros entre los que me cuento, mantienen como esencial la distinción entre Nombre-del-Padre y síntoma, cada uno de los cuales implica una relación antagónica entre sujeto y Otro. El Nombre-del-Padre asegura en efecto la significación fálica, es decir el Uno que hace límite al Otro, o sea a una alteridad sin límite, que se traduce por un uso maníaco del lenguaje, donde nada viene como a acolchar un sentido estable. Lo que Lacan llama sinthoma, que es el producto de una identificación al síntoma, un arte de hacer con él (así Joyce transformando las palabras impuestas en "epifanías") es ciertamente lo que puede suplir al Nombre-del-Padre (en todo caso en Joyce), pero esta suplencia, que doma el desencadenamiento del significante, no es la función primera del sinthoma. Ésta es la alternativa a lo que se presenta, cuando el Nombre-del-Padre está instalado o suplido, como acción al nombre del Otro. No es que el sinthomna sea el pricipio de un  en nombre del sujeto, pero él ex-siste al sujeto y al Otro, lo que unos llaman "gracia", los otros "musa".

(Traducción Rosa Navarro) 

 

domingo, 3 de marzo de 2013

CAP. XVIII LA PRESENCIA REAL

Es en la fórmula del fantasma del obsesivo donde Lacan muestra las funciones respectivas del Falo masyúcula y del menos falo minúscula. Los objetos a, a' a''... objetos de deseo lo son para el obsesivo en su función de ciertas equivalencias eróticas y en este sentido funcionan como falo minúscula, que es subyacente a la equivalencia que se instaura entre los objetos en el plan erótico. El falo en menos o minúscula es en cierto modo la unidad de medida dionde el sujeto acomoda el objeto a, es decir la función de los objetos de su deseo y de aquí la metonimia o desplazamiento permanente, objetos desplazados según la unidad de medida, según su valor fálico (falo minúscula).

Si el Falo mayúscula es la función del falo para todos los sujetos que hablan, en el obsesivo esa función emerge bajo las formas degradadas del falo minúscula en el registro consciente o visible, pero no por eso hay menos desconocimiento, como en el mecanismo de la negación, no es reconocible para el propio sujeto. Claro que ser sujeto es tener un lugar en el Otro mayúscula, en el lugar de la palabra. 

Nada más difícil que llevar al obsesivo al pie del muro de su deseo. Cuando el obsesivo está en una búsqueda autónoma, avanzándose en el camino de realizar su fantasma, se produce lo que se llama la afánisis, la desaparición del deseo.

Hay una afánisis natural y habitual que es la del poder limitado para mantener la erección (brevedad del acto), porque además el deseo tiene su ritmo, escollo interno propio del fantasma, la caída del deseo una vez terminada la línea de su erección. Se trata en el obsesivo del desacuerdo entre su fantasma, ligado por supuesto a la función fálica, y el acto donde él aspira a encarnarlo. La afánisis pone a prueba la función del Falo, que en este caso se convierte en derrota. Lo que teme el obsesivo es la libertad de sus actos. Con respecto a la inflación fálica, el obsesivo teme deshincharse, por eso le conviene la fábula de la rana que quería hacerse tan gruesa como el buey, por eso es que inflándose revienta. El deseo del obsesivo comporta la degradación del Otro mayúscula en un otro minúscula y en este sentido qué mayor degradación que la fantasía de hacer intervenir la hostia en el coito colocada en la vagina de la mujer.

El deseo del sujeto en tanto que habla viene a habitar el lugar de la presencia real y a poblarlo de fantasmas. Entonces el Falo mayúscula designa ese lugar vacío, en tanto que es en el intervalo entre los significantes, ahí donde puede aparecer la presencia real. Véase la necesidad del obsesivo de llenar eso que puede situarse entre-dos, llenar el intervalo, ya que ahí puede puede aparecer lo que haría desaparecer la fantasmagoría.

También el objeto fóbico tiene una función de llenar, sólo que en este caso está en avanzadilla, pues haciendo del objeto fóbico un signo único impide al sujeto aproximarse al agujero. Lo que el sujeto fóbico teme encontrar es un deseo que hiciera entrar en la nada todo el sistema significante.

Que Lacan plantee la cuestión de la presencia real tiene que ver con el Falo mayúsculas en su función de símbolo, es lo propio del símbolo de la cosa, que está ahí donde la cosa no está como presencia real, el símbolo es el testimonio del traumatismo, de la ausencia, del corte, que no podrá encontrar nunca su otra mitad. Pero también nos señala el Falo en su función de significante, lo que tiene que ver con la simbolización, que intenta decir con significantes lo que es el símbolo. Y también habla del Falo en el sentido del signo que sería hacer signo de algo a alguien. El Falo como símbolo tiene que ver con el corte, la ausencia, entonces representa el deseo. Como signo  del deseo hace signo para alguien, entonces como objeto de deseo o de atracción para alguien, como significante implica hacer que el alguien para quien el signo designa algo devenga él también significante. Por eso Lacan aquí habla del momento perverso, "que el falo que se muestra tiene por efecto producir también en el sujeto a quien es mostrado la erección del falo, no es una condición que satisfaga , en lo que sea, alguna exigencia natural", por ejemplo el zapato en el caso de una perversión.