sábado, 11 de abril de 2020

REFLEXIONES en confinamiento


Reflexiones en torno a lo humano y la humanidad.
La pandemia, portadora de la tremenda idea de su extensión apenas sin límite, a todos los países y haciendo de ellos una especie de uniformidad, ¿nos humaniza o nos deshumaniza? Recordé entonces a Annah Arendt y su reflexión de la declaración de los derechos del hombre (1879) resaltando sus paradojas.
Un elemento que ella recogía para esta reflexión era la situación existencial límite de los refugiados y apátridas de entre la primera y segunda guerras mundiales, una población desplazada, ella había vivido esa misma experiencia, una categoría de personas que no entran en el sistema del Estado Nacional. Así encuentra que, aunque los derechos del hombre, en principio, deberían ser independientes de toda estructura política, en el tercer punto de la declaración dice que la soberanía reside en la Nación, añadiendo que ningún individuo puede ejercer autoridad alguna que no emane de ella.  Es decir, has de ser un ciudadano que reconoce esa soberanía para tener los derechos apuntados en el punto 2, libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión, por tanto, la soberanía del hombre en esos derechos no es real, algo que se evidencia en el caso de los desplazados, apátridas, carentes de nacionalidad, privados de sus derechos que su humanidad les confería, y por eso mismo excluidos de su humanidad misma. Un hombre que es solo un hombre ha perdido la cualidad que les permite a los otros de tratarle como su semejante. Y en este sentido es una deshumanización.
Y en este punto asocié a Levinas y su cuestión del rostro como el lugar de la ética, una manera de pensar la relación al otro. El rostro distinguido más allá de la anatomía y del vector expresivo, no la cara, es un rostro que me interroga, me desplaza, me perturba. Esto mismo es  una llamada que no había previsto, el otro se me aparece en su desnudez, su fragilidad y su mortalidad. Por eso en ese rostro reconozco mi propia fragilidad, desnudez y mortalidad, es decir, reconozco mi humanidad, que hace del rostro no una identidad sino una alteridad única, ese rostro me hace humano, es el lugar de la humanidad. Y en este sentido es una humanización.
Quien acude a un análisis sale de su nación y llega como un desplazado, solo como un hombre, su rostro es una llamada apareciendo en su desnudez, fragilidad y mortalidad, el analista reconoce en ese rostro eso que le acompaña por haber estado en ese mismo lugar, que no hace a la identidad sino a la propia y única alteridad. Podría decirse que el espacio psicoanalítico es un lugar de humanidad, uno es reconocido al reconocerse, en este sentido es una humanización.