miércoles, 29 de agosto de 2012

LO INCONSCIENTE


Literalidad de las formaciones de lo inconsciente

Todas las formaciones de lo inconsciente poseen una estructura literal que puede ser leída, porque se presentan bajo la forma de letras escritas. Lacan ya había dicho del sueño, que ateniéndonos a su letra, tenía la estructura de una escritura, y Freud decía de él que es como una especie de jeroglífico, cuya lectura supone un desciframiento. Pero no se trata de un desciframiento del habla, sino de una lectura de la escritura de la letra de lo inconsciente. Esta lectura es lo que permite que adquieran un sentido, relativo al deseo del sujeto y a su fantasmática. 
Jean Allouch habla de una operación, la transliteración, que opera en las formaciones de lo inconsciente y en los síntomas. Dice que el sueño translitera, escribe en figura elementos literales; transliterar es representar los signos de un sistema de escritura mediante los signos de otro, por lo tanto la transliteración concierne a la escritura del síntoma.
Ahora bien, ya dije que esta lectura es un modo de lectura específico donde no se trata de traducir para encontrar un sentido y entender, sino de descifrar lo que está cifrado, cifrado que se produce con lo escrito a partir de lo escrito, es decir con la escritura de lo escrito. Para poder leer la letra de lo inconsciente debemos salir de la representación, olvidarnos de la forma, es decir alejarnos de la imagen. Sólo así podremos obtener esa literalidad y desprender la letra.

Debemos alejarnos de la imagen, del registro de lo imaginario, porque la imagen nos fascina, nos vemos en ella, e intentamos reconocernos en ella. Si tratamos de servirnos de la imagen, siempre fuera de nosotros mismos, es porque carecemos de imagen propia. En realidad, la apariencia de la forma en la que vivimos, sólo podemos y creemos encontrarla en el reflejo, reflejada en el espejo y en la mirada de los otros. Es lo propio de lo imaginario, aspirar a la consistencia, que nos da una apariencia y un cuerpo para su aprehensión.

Adelantemos ya que la carencia de imagen propia, la ausencia de representación de lo que somos, se debe a la represión originaria. La investidura del cuerpo como falo, al ser ex-pulsada al afuera, vaciado así el cuerpo de su sentido originario, deja para siempre abierta la cuestión de qué es un cuerpo. Ahora bien, gracias a dicha represión es que intentamos rencontrar nuestro ser corporal en el mundo, en el amor, en el partenaire. La forma del otro del amor nos sirve para intentar llenar nuestra falta de ser: el amor nace de esta ausencia de ser del sujeto que le es propia y original.

Si lo que se reprime originariamente es del orden del goce del cuerpo, de un goce primero del cuerpo que fue objeto de deseo del Otro, que fue de Otro, entonces dado que lo reprimido retorna bajo forma literal, podríamos establecer una relación entre la letra de lo inconsciente y eso que la represión señala. Así, la letra de lo inconsciente definiría un goce que no es reconocido como propio, que retorna a través de letras evocadoras de un cuerpo de goce: letras aisladas que liberan un goce reprimido.

Hay un movimiento continuo entre la represión que atañe a algo del orden de un goce, y el retorno de lo reprimido que trae de vuelta y hace salir a la superficie un goce bajo esa forma literal. Cuando no estamos conscientes, es decir mientras dormimos y soñamos, o mientras sufrimos por la emergencia de un síntoma, algo del goce surge. En cambio, cuando somos conscientes, por ejemplo mientras hablamos o pensamos, estamos en la otra cara de ese movimiento continuo -cual banda de Moebius- y reprimimos.

FRAGMENTO de un artículo en el nº 3 de la revista TRAUMA



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