UN ASUNTO DE MACHO
Seguirá tomando a la analista Lucía Tower, que ya lo hizo en el capítulo anterior, su artículo sobre contratransferencia, en relación a la mayor facilidad de la posición femenina respecto al deseo.
Haber apreciado el deseo de su paciente produce que dicho deseo vuelva a su lugar; prendido en su analista la pone bajo presión. "Habiendo buscado el deseo del hombre, lo que encuentra en él no es la búsqueda de su deseo de ella, sino la búsqueda de a el verdadero objeto del deseo, que no es el Otro mayúscula sino ese resto a".
Haber apreciado el deseo de su paciente produce que dicho deseo vuelva a su lugar; prendido en su analista la pone bajo presión. "Habiendo buscado el deseo del hombre, lo que encuentra en él no es la búsqueda de su deseo de ella, sino la búsqueda de a el verdadero objeto del deseo, que no es el Otro mayúscula sino ese resto a".
Y a la
analista de saber que el paciente siempre puede buscar y que no se trata de
encontrar, es eso justamente de lo que él tiene que darse cuenta, que no hay
nada a encontrar, porque lo que para el deseo macho es el objeto de la búsqueda
no le concierne más que a él. Lo que busca es (-φ), lo que le falta a ella,
esto es un asunto de macho.
Claro que el
modo en que la falta juega en el desarrollo femenino no se articula al nivel en
que es buscado por el deseo del hombre quien busca hacer brotar lo que en el
partenaire debe estar en el lugar supuesto de la falta. Él tiene que hacer el
duelo de encontrar en su partenaire, su propia falta (-φ), la castración
primaria. Hecho el duelo podrá dar un paso, franquear una etapa, en la comedia edípica,
pues lo que había antes era la culpa, gran pecador que cedía bajo el peso de su
(-φ).
La relación
al objeto a para la mujer.
La mujer quiere el objeto del deseo en cuanto que ella
no lo tiene, Freud planteo que su reivindicación de pene está ligada a la
relación con la madre, a la demanda. “es en la dependencia de la demanda que el
objeto a se constituye para la mujer,
ella sabe muy bien que en el Edipo de lo que se trata es de tener el objeto”.
“Si ella se interesa en la castración es porque entrará en los problemas del
hombre”.
Digamos que
para la mujer es lo que no tiene lo que constituye en el inicio el objeto de su
deseo, mientras que para el hombre es lo que él no es o donde él falla.
Si el
fantasma del Don Juan es un fantasma femenino lo es porque juega para ella la
función de que hay al menos un hombre que lo tiene y que lo tiene siempre, que
no lo puede perder. Ninguna mujer puede cogérselo a Don Juan es su posición en
el fantasma.
Lo que una
mujer ve en el deseo masculino es ese objeto que deviene su pertenencia.
Hay otras
maneras como confundir con el objeto a,
el deseo del hombre (Sta. Teresa y la erotónoma).
La relación
del hombre a sus diversos a tal y
como se proponen o imponen.
El niño
deberá aprender a rayar de la carta de su narcisismo su pequeño grifo
(referencia al caso Juanito), justamente para que eso pueda comenzar a servir.
En el hombre es el –φ el objeto en juego y es en la medida en que pierde que él
gana. Como en el apego homosexual que es la castración lo que está en juego,
castración que el homosexual asume.
Vuelve a la
cuestión del jarro vacío y la mujer se presenta con la apariencia del jarro
vacío, que es lo que engaña al partenaire, imaginando que puede contener el
objeto de su deseo.
Es el –φ, el
jarro de la castración. El objeto del deseo a
para el hombre no tiene sentido más que si se ha revertido en el vacío de la
castración.
El objeto a se desata, cae de la imagen
narcisista. Por eso Lacan dice que el primer nudo del deseo macho con la
castración no puede producirse más que a partir del narcisismo secundario.
La
estructura del jarro y de su borde le sirve para construir la forma topológica
de la botella de Klein donde se pasa desde la cara interna a la externa sin
tener que franquear el borde.
El trasvase permite captar como el a toma su valor en el pote –φ siendo ahí
–a. El jarro está entonces medio
vacío al mismo tiempo que medio lleno. Lo importante es la transformación del
jarro ya que si deviene angustiante es en tanto que el a viene a llenar a medias,
el vacío de la castración original. El a viene de otra parte y está constituido por el deseo del Otro. Es
ahí donde reencontramos la angustia, la angustia se constituye y toma su lugar
en una relación que se instituye más allá del vacío de un tiempo primero de la
castración, por eso el sujeto solo tiene un deseo en cuanto a la castración
primera, retornar ahí, modo de suturar o juntar lo dividido.
Se refiere
luego a la angustia del masoquista y cita un artículo de Grünberg sobre el
masoquismo, donde el autor plantea que con la angustia se toca el nudo mismo
del masoquismo, y aporta un caso donde evidencia dos movimientos, uno la
abreacción de la angustia en silencio, oculta por eso solo se ve el
sufrimiento, el otro un mostrar y demostrar su complejo de castración No hay
angustia verdadera: “Yo no tengo más que desear que se me corte alguna cosa y
entonces ya no tengo angustia”.
En el último
punto del capítulo retoma la cuestión del corte mediante la circuncisión,
recordando el corte en el cross-cap y lo que se aísla como esa forma no
especularizable, que tiene que ver con la autonomía del objeto a, objeto del deseo.
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