La mujer, más verdadera y más real
Primera afirmación de
Lacan: es preciso concebir el goce como independiente de la articulación del
deseo. El deseo se constituye más acá de la zona que separa goce y deseo, en la
falla donde emerge la angustia. Concierne al Otro interesado en el goce, que es
el Otro real. El deseo no lo concierne en su centro, sólo excéntricamente y al
lado, a minúscula sustituto del Otro mayúscula.
Si la mujer se presenta
como superior en el campo del goce, se debe a que el lazo al nudo del deseo es
más laxo.
Para el hombre el menos
de la función fálica, hace que su lazo al objeto deba pasar por esa
negativización del falo y el complejo de castración; es el estatus del -ϕ
en el centro de su deseo el nudo por el que no tiene que pasar la mujer.
Es al deseo del Otro al
que la mujer se afronta, y en esta confrontación el objeto fálico viene en
segundo lugar y porque juega un papel en el deseo del Otro.
En torno a esta
diferencia aquí señalada, tenemos a Tiresias, ciego por el castigo de Juno, a
quien Jupiter manda llamar para consultarle sobre la cuestión del goce, y que
ha sido durante siete años mujer. El responde que el goce de las mujeres es más
grande que el del hombre. Es debido a la limitación para el hombre su relación
al deseo que inscribe al objeto en el –φ.
Y tomando con ironía la
imagen que expone Sartre del niño que hunde su dedo en la arena y que según él
imita el acto fundamental (la jodienda), señala que la resonancia de esta
imagen en lo inconsciente es el engullimiento deseado de todo el cuerpo en el
seno de la madre-tierra, como denuncia Freud en Inhibición, Síntoma y Angustia,
el retorno al seno materno es un fantasma de impotencia, (el acento está
colocado en el ser, ser el falo).
Lacan transmitiendo
cierto disgusto insiste en lo que él ha dicho, que a lo real no le falta nada.
Y aclara con su historia de los potes, primero que aun haciéndolos iguales,
esos potes son diferentes (Bertand Russell, distinción de los individuos),
segundo que lo sustituible entre los potes es el vacío alrededor del cual se
hace un pote, tercero que la acción humana comienza cuando ese vacío es
tachado. En el jarrón está enteramente la relación del hombre al objeto y al
deseo.
Va a tomar a
continuación la relación de la mujer al goce y al deseo. Respecto al deseo,
después de presentar la observación de su analizante, toma el jarrón femenino,
no importa si está lleno o vacío, pues no falta nada, ya que es la presencia
del objeto la que está ahí, porque esta presencia no está ligada a la falta del
objeto causa del deseo, al –φ al que está ligada en el hombre. Y se sirve del
mito de la costilla de Adán, para decir que la angustia del hombre está
relacionada con el no poder, pues la mujer para el hombre es un objeto hecho
con eso, su costilla. La mujer se tienta tentando al Otro, es el mito de la
manzana, ella es el pez que hace que el pescador permanezca enganchado a la
caña, es el deseo del Otro lo que le interesa.
Con respecto al goce de
la mujer, recuerda que ella acepta bien la impotencia del partenaire,
recordando la fórmula del masoquismo que ya nos dio en el sentido que busca
despertar una angustia en el Otro. “El masoquismo femenino es un fantasma
masculino” y así el hombre por procuración hace sostener su goce de algo que es
su propia angustia. Es lo que recubre el objeto, en el hombre el objeto es la
condición del deseo, y el deseo no hace más que cubrir la angustia.
Para la mujer es el
deseo del Otro el medio para que su goce tenga un objeto. Su angustia es ante
el deseo del Otro pues no sabe bien lo que este deseo cubre.
La impostura para el
hombre, la mascarada para la mujer.
Dejar ver su deseo para
la mujer es angustiante. El dejar ver para la mujer es dejar ver lo que hay, si
no hay gran cosa es angustiante, mientras que para el hombre dejar ver su deseo
es dejar ver lo que no hay.
A continuación Lacan
tomará la imagen de Don Juan. “Don Juan es un sueño femenino” Es un hombre al
que no le falta nada. La relación compleja del hombre al objeto en él está
borrada, pero al precio de aceptar su impostura, y su prestigio está ligado a
esta impostura, está siempre en el lugar de otro. Aunque no está claro que
inspire el deseo, ni que él lo sienta a pesar de deslizarse en el lecho de las
mujeres. No es un personaje angustiante para las mujeres, pues cuando la mujer
siente realmente ser el objeto en el centro de un deseo, es cuando huye.
Y terminará con los dos
pacientes varones de Lucía Tower, más concretamente con uno de ellos, mostrando
que una vez la analista toma la medida a su relación al deseo que es cuando
puede guardar sus distancias en la transferencia.
Reus 12 mayo 2014
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