CAPÍTULO XI
Seminario La angustia
Puntuaciones
sobre el deseo
En
el inicio de este capítulo, Lacan a partir de la lectura de artículos sobre la
contratransferencia que han trabajado Perrier, y Granoff, a quienes dejó al
cargo en su ausencia vacacional, retoma el tema para insistir que de lo que se trata es del deseo del analista, quien hace obstáculo a la
contratransferencia, a sus dificultades y confusión expresadas en los
artículos, incluso cita el de Lucía Tower que no puede evitar poner las cosas
sobre el plan del deseo.
Es sobre la cuestión del deseo que uno se debe
preguntar, cuestión no planteada hasta ahora por los psicoanalistas.
Lacan
nos recuerda lo que ya dijo en uno de los capítulos anteriores, “el deseo es la
ley”. Lo sustancial de la ley es el deseo por la madre, inversamente lo que
fija la norma del deseo, lo que lo sitúa como deseo, es la ley de prohibición
del incesto.
En el erotismo, el deseo puede presentarse como
voluntad de goce, pero esta voluntad fracasa, encuentra su propio límite en el
ejercicio mismo del deseo, la ley es freno, sujeta y para al sujeto en el
camino del goce, tanto en la perversión como en la neurosis. Y eso que en la
primera se da la subversión de la ley, es decir, es el deseo el que soporta la
ley, mientras en la segunda es la ley la que sostiene el deseo, el sujeto
neurótico no puede desear más que según la ley, como deseo insatisfecho, en la
histeria, y como deseo imposible en la obsesión.
El tema de la angustia nos lleva al mito de la
ley moral en el sentido de una autonomía del sujeto, cuando la ley moral
Es
en relación al peligro interno de la señal de angustia en el yo que enunciaba
Freud, que lacan va primero a desmontar el mito de la ley moral en el sentido
de la autonomía del sujeto, cuando es heterónoma, esta es la definición de esta
palabra: dicho de una
persona: Que está sometida a un poder ajeno que le impide el libre desarrollo
de su naturaleza. Es así como Lacan entra a plantear la cuestión de lo real,
que cuando interviene, lo hace elidiendo al sujeto y determinando por su
intervención misma la represión (lo traumático). Es la vuelta del significante
a la huella, porque con la intervención de lo real, es el significante lo que
salta, reenvía al sujeto a la huella y al mismo tiempo lo suprime, ya que sólo hay
sujeto por el significante (definición del significante).
Hay pues una relación de lo real y de la angustia. En
el caso del masoquista lo que se le escapa es lo que busca, cree que busca el
goce del Otro y por eso no sabe que lo que busca es la angustia del Otro.
Recordemos que en el seminario anterior sobre la
identificación, ya había hablado de la angustia como manifestación específica
del deseo del Otro. Tomando lo dicho por Freud, si la angustia es señal en el yo entonces no es señal para el
yo, si se alumbra en el yo es para advertir al sujeto de algo, a saber de un
deseo, de una demanda que no concierne a ninguna necesidad (demanda de amor),
concierne sólo al ser mismo, que lo pone en cuestión, que lo anula, que se
dirige a mí como perdido, que solicita mi pérdida para que el Otro se
reencuentre. El deseo del Otro no me reconoce, me cuestiona y me interroga en
la raíz misma de mi deseo. Y es porque apunta ahí, a la raíz misma, que uno no
puede hacer nada, para evitar ser cogido, sólo comprometerse. Esto es la base
del análisis, el deseo del analista suscita en mí la dimensión de la espera, ya
estoy cogido, comprometido.
En cuanto que el deseo interviene en el amor, es su
apuesta esencial, el deseo no concierne al objeto amado.
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