Georges
Didi-Huberman, director de estudios en l’Ecole des Hautes Études en Sciences
Sociales
Seminario: Sublevaciones ( Soulèvements )
(Apuntes traducidos de esta sesión)
Las sublevaciones son una cuestión de
movimientos del aire -El fondo del aire
está rojo, film Chris Marker, (en la segunda parte de la sesión 1)-, de
atmósferas, de tormentas. Es también una cuestión de gestos, de corazón, de
mociones, y de la forma que toman. Ya vimos como un gesto esbozado de mujeres
dolientes es el mismo en tiempos históricos diferentes, gestos e imágenes que
se conjuntan en tiempos distintos.
Rebelarse, sublevarse, es un asunto
propio de la infancia del gesto, inicial, incluso los bebés se sublevan.
*Desde la profundidad.
Para sublevar el mundo los gestos son
necesarios, para tener gestos es necesario el deseo, y para tener deseo es
necesaria una profundidad.
Cuando no se es feliz uno mismo con
la sublevación se expande, el espacio se amplía, en cambio en la melancolía el
espacio se estrecha. Vemos como el dormitorio del film de Jean Vigo, Cero en
conducta, (ver en la
segunda parte de la Sesión 1), en esa escena de gestos de sublevación con la rotura y vaciado de sus
almohadas, se expande, se dilata, deviene un paraíso sin límite. El acto de
sublevarse expande el mundo de alrededor, se dilata con ritmo, con una
escansión; es el espacio psíquico de la sublevación.
El autor que describe
mejor ese espacio es H. Michaux, así en su texto “El infinito turbulento”, - narración aproximada -salpicaduras de blanco deslumbrantes,
de todas partes manan especie de fuentes blancas, sábanas blancas
vertiginosamente sacudidas, temblorosas, una gran cantidad de blanco - como en
la escena de sublevación de “Cero en conducta” con una vorágine de plumas
blancas – como si acabase de entrar en una extraña patria, una nueva patria que
enarbolase solo el blanco diamante para sublevarse, donde a cualquier otra
ocupación se prefiere sacudir sin cesar una especie de sábana blanca que
temblorosa no cesa. Sublevación profunda mediante la cual la exaltación misma
no adviene más que como confianza infantil, infantil en el sentido de saber ser
niño. Exaltación, abandono, confianza, sobre todo, es lo necesario a la
aproximación del infinito, una confianza de niño, una confianza por delante,
esperanzada que nos levante, confianza que entrando en la mezcla tumultuosa del
universo deviene una sublevación más grande, una sublevación prodigiosamente
grande, sublevación extraordinaria, sublevación nunca conocida, sublevación por
encima de sí, de todo, que es al mismo tiempo un consentimiento sin límite, su
desbordamiento apaciguador y excitante, y una liberación, una contemplación,
una sed de más liberación. Y, no obstante, tener miedo de que el pecho no pueda
contener esa dicha excesiva, que no pueda albergar ni merecer la superabundante
alegría, y que no se sabe si uno la recibe o la da, que es demasiado, demasiado…
Lejos de sí aspirada más que aspirante, de una renovación que dilata, que
dilata inefablemente de más en más.
“Una voz para la insubordinación” es un
texto de Michaux, un relato extraño, donde se trata de espíritus que convocan,
de ruidos fantasmales, como esas creencias populares, algo que toca la verdad
psíquica de ciertos gestos considerados anormales o asociales. Describe lo que
pasa en una casa encantada, espectral. Los objetos se mueven solos, los cajones
de abren, los utensilios se elevan, los muebles cambian de lugar, piedras y
trozos del techo caen lanzadas con una trayectoria absurda, imprevisible. Todo
esto emana de una fuerza fundamental, psíquica que Michaux llama insumisión. En
esta historia se trata de una niña pequeña que habita en una casa siniestra, en
su apariencia exterior ella es amable, psíquicamente su estado es de
insumisión, de revuelta, busca liberarse, busca sus propios movimientos, es su
deseo. Por esta fuerza mental de insumisión socialmente es maligna. A la simple
observación ella está tranquila, sin tensión ni crispación, sin embargo, su
fuerza de insumisión es gigantesca, como si cansada de las constricciones
viniese a perturbar el insoportable interior doméstico donde nada pasa, ella atenta
contra lo cotidiano, alterando el orden, contra la ley de las cosas, contra la
quietud y la atmósfera apacible burguesa, a la interdicción de moverse responde
haciendo moverse a las cosas.
La insumisión no tiene nada que ver
con el mostrar, con una voluntad de arte uno se subleva para manifestar su
deseo de emancipación, no se subleva para exponer dicha emancipación.
Hay una potencia y una profundidad
que tiene que ver con la inocencia del gesto. La inocencia no tiene nada que
ver con la estética. La voz para la insubordinación reúne también algo que F.
García Lorca en 1930 había enunciado a propósito del “cante jondo”,
introduciendo una palabra “duende”, pequeño espíritu convocador, espíritu de la
sublevación. El duende sube por dentro, algo que te habita y monta desde abajo.
Fragmentos de Lorca, “teoría y juego del duende”:
Así, pues, el
duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. (…)
"El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde
la planta de los pies". Es decir, no es cuestión de facultad, sino de
verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de
creación en acto.
García Lorca habla del ángel que nos
eleva y tiene que ver con lo religioso; de la musa inspiradora que tiene que
ver con el arte clásico; y del duende que tiene que ver con el cante jondo, que
nos subleva viniendo de lo hondo de las mociones interiores. El duende
introduce algo que va más allá de lo trascendental (religioso), y de lo
estético, del ideal artístico, debe su fuerza a lo profundo de su deseo de ser
libre, de sublevarse.
Siguen citas del mismo texto:
Todo hombre,
todo artista llamará Nietzsche, cada escala que sube en la torre de su
perfección es a costa de la lucha que sostiene con un duende, no con un
ángel, como se ha dicho, ni con su musa.
Ángel y musa
vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas (Hesíodo aprendió de
ellas). Pan de oro o pliegue de túnicas, el poeta recibe normas en su
bosquecillo de laureles. En cambio, al duende hay que despertarlo en las
últimas habitaciones de la sangre.
La verdadera
lucha es con el duende.
Para buscar al
duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico
de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe
los estilos, que hace que Goya, maestro en los grises, en los platas y en los
rosas de la mejor pintura inglesa, pinte con las rodillas y los puños con
horribles negros de betún.
España está en
todos tiempos movida por el duende, como país de música y danza milenaria,
donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como
país abierto a la muerte.
La virtud
mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con agua
oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil amar, comprender,
y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la
comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.
El duende...
¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla
con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y
acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y
velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.
Canto, cólera, quejido,
energía, insubordinación, un pueblo en sufrimiento, el espíritu oculto de la
dolorida España.
----------------Fin de la
primera parte de la sesión 2 ----------------
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