viernes, 30 de noviembre de 2018

Seminario: Sublevaciones de G. Didi-Huberman SESIÓN 2


Georges Didi-Huberman, director de estudios en l’Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales 

Seminario: Sublevaciones ( Soulèvements )

 (Apuntes traducidos de esta sesión)

Las sublevaciones son una cuestión de movimientos del aire -El fondo del aire está rojo, film Chris Marker, (en la segunda parte de la sesión 1)-, de atmósferas, de tormentas. Es también una cuestión de gestos, de corazón, de mociones, y de la forma que toman. Ya vimos como un gesto esbozado de mujeres dolientes es el mismo en tiempos históricos diferentes, gestos e imágenes que se conjuntan en tiempos distintos.
Rebelarse, sublevarse, es un asunto propio de la infancia del gesto, inicial, incluso los bebés se sublevan.

*Desde la profundidad.
Para sublevar el mundo los gestos son necesarios, para tener gestos es necesario el deseo, y para tener deseo es necesaria una profundidad.

Cuando no se es feliz uno mismo con la sublevación se expande, el espacio se amplía, en cambio en la melancolía el espacio se estrecha. Vemos como el dormitorio del film de Jean Vigo, Cero en conducta, (ver en la segunda parte de la Sesión 1), en esa escena de gestos de sublevación con la rotura y vaciado de sus almohadas, se expande, se dilata, deviene un paraíso sin límite. El acto de sublevarse expande el mundo de alrededor, se dilata con ritmo, con una escansión; es el espacio psíquico de la sublevación. 
El autor que describe mejor ese espacio es H. Michaux, así en su texto “El infinito turbulento”, - narración aproximada -salpicaduras de blanco deslumbrantes, de todas partes manan especie de fuentes blancas, sábanas blancas vertiginosamente sacudidas, temblorosas, una gran cantidad de blanco - como en la escena de sublevación de “Cero en conducta” con una vorágine de plumas blancas – como si acabase de entrar en una extraña patria, una nueva patria que enarbolase solo el blanco diamante para sublevarse, donde a cualquier otra ocupación se prefiere sacudir sin cesar una especie de sábana blanca que temblorosa no cesa. Sublevación profunda mediante la cual la exaltación misma no adviene más que como confianza infantil, infantil en el sentido de saber ser niño. Exaltación, abandono, confianza, sobre todo, es lo necesario a la aproximación del infinito, una confianza de niño, una confianza por delante, esperanzada que nos levante, confianza que entrando en la mezcla tumultuosa del universo deviene una sublevación más grande, una sublevación prodigiosamente grande, sublevación extraordinaria, sublevación nunca conocida, sublevación por encima de sí, de todo, que es al mismo tiempo un consentimiento sin límite, su desbordamiento apaciguador y excitante, y una liberación, una contemplación, una sed de más liberación. Y, no obstante, tener miedo de que el pecho no pueda contener esa dicha excesiva, que no pueda albergar ni merecer la superabundante alegría, y que no se sabe si uno la recibe o la da, que es demasiado, demasiado… Lejos de sí aspirada más que aspirante, de una renovación que dilata, que dilata inefablemente de más en más.

“Una voz para la insubordinación” es un texto de Michaux, un relato extraño, donde se trata de espíritus que convocan, de ruidos fantasmales, como esas creencias populares, algo que toca la verdad psíquica de ciertos gestos considerados anormales o asociales. Describe lo que pasa en una casa encantada, espectral. Los objetos se mueven solos, los cajones de abren, los utensilios se elevan, los muebles cambian de lugar, piedras y trozos del techo caen lanzadas con una trayectoria absurda, imprevisible. Todo esto emana de una fuerza fundamental, psíquica que Michaux llama insumisión. En esta historia se trata de una niña pequeña que habita en una casa siniestra, en su apariencia exterior ella es amable, psíquicamente su estado es de insumisión, de revuelta, busca liberarse, busca sus propios movimientos, es su deseo. Por esta fuerza mental de insumisión socialmente es maligna. A la simple observación ella está tranquila, sin tensión ni crispación, sin embargo, su fuerza de insumisión es gigantesca, como si cansada de las constricciones viniese a perturbar el insoportable interior doméstico donde nada pasa, ella atenta contra lo cotidiano, alterando el orden, contra la ley de las cosas, contra la quietud y la atmósfera apacible burguesa, a la interdicción de moverse responde haciendo moverse a las cosas.
La insumisión no tiene nada que ver con el mostrar, con una voluntad de arte uno se subleva para manifestar su deseo de emancipación, no se subleva para exponer dicha emancipación.
Hay una potencia y una profundidad que tiene que ver con la inocencia del gesto. La inocencia no tiene nada que ver con la estética. La voz para la insubordinación reúne también algo que F. García Lorca en 1930 había enunciado a propósito del “cante jondo”, introduciendo una palabra “duende”, pequeño espíritu convocador, espíritu de la sublevación. El duende sube por dentro, algo que te habita y monta desde abajo.

Fragmentos de Lorca, “teoría y juego del duende”: 


Así, pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. (…)  "El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies". Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.
García Lorca habla del ángel que nos eleva y tiene que ver con lo religioso; de la musa inspiradora que tiene que ver con el arte clásico; y del duende que tiene que ver con el cante jondo, que nos subleva viniendo de lo hondo de las mociones interiores. El duende introduce algo que va más allá de lo trascendental (religioso), y de lo estético, del ideal artístico, debe su fuerza a lo profundo de su deseo de ser libre, de sublevarse.

Siguen citas del mismo texto:

Todo hombre, todo artista llamará Nietzsche, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con un duende, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su musa.

Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas (Hesíodo aprendió de ellas). Pan de oro o pliegue de túnicas, el poeta recibe normas en su bosquecillo de laureles. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre.

La verdadera lucha es con el duende.

Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que hace que Goya, maestro en los grises, en los platas y en los rosas de la mejor pintura inglesa, pinte con las rodillas y los puños con horribles negros de betún.

España está en todos tiempos movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte.

La virtud mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con agua oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil amar, comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.

El duende... ¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.
       
Canto, cólera, quejido, energía, insubordinación, un pueblo en sufrimiento, el espíritu oculto de la dolorida España.

 ----------------Fin de la primera parte de la sesión 2 ----------------









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